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San Silverio

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Este es el texto que escribió el narrador Federico Falco (Córdoba, 1977) luego de hacer una caminata por el puerto y que leyó en el cierre del Festival FILBA de Literatura Nacional:

San Silverio

Como en La dolce vita, cada noviembre, en el puerto, / los pescadores izan a San Silverio con una pluma / y lo dejan bambolearse un rato sobre el muelle y el agua, / sobrevolar los contenedores opacos, / el polvo de las cerealeras, / el aire con aroma a bizcochuelo dulzón y quemado de la fábrica de aceite.


Hasta que el santo no está recubiert
o por una capa suave de ese talquito blanco que también se detiene sobre las margaritas y sobre los techos de White, / no hacen que el guincho gire / y descienda sobre la cubierta de un barco –el guardacosta de la Prefectura.

Entonces zarpan. / Llevan a San Silverio de paseo por la ría / lo custodian con una procesión de lanchas amarillas.

El santo, recién pintado, con el manto rojo al viento / y amurado a las bancadas de un bote también rojo a más no poder, / popa y proa rebalsando de claveles rociados de agua bendita, / se deja arrastrar al ritual anual sin decir palabra / ni arriesgar gesto.

Cuando están lejos del puerto y de su run run constante de molienda / que ya todos confunden con silencio, / las lanchas detienen sus motores y San Silverio siente el oleaje / y recuerda la vida sobre el agua.

Le piden que calafatee con bendiciones sus bodegas, / que aleje las tormentas, /que peine la redes, disponga el cardumen y ayude a que la pesca siga, / que facilite el trabajo, / que obre milagros para que no vengan lanchas ajenas al mar de Bahía, / que la madera no se pudra, / que salgan los permisos, / que no les cierren el puerto,/ que todo de alguna manera siga / como el primer día, / el del arribo/ igual a como era todo / en la isla arcaica, / en el país lejos.

Deslizan sobre el agua coronas de palmas y claveles blancos, / ramos de gladiolos, / de margaritas, / de crisantemos.

En el agua turbia de la ría hay: / durezas de cangrejos trituradas y pulidas por el ir y venir de las mareas, / pellets de maní y girasol ensopados hasta volverse rancios, / granos de soja pipudos de humedad, / plastiquitos, botellas de coca, envases de aceite que alguna vez parieron las petroquímicas de la bahía / y que alguien usó y tuvo en sus manos / y llevó a su mesa y apoyó sobre el hule de su cocina / y convirtió en basura / y ahora vuelven / remontando la ría, los envases, / flotando culo al sol, persiguen el olor metálico y magnético del polo, / las llamas de las chimeneas altas, dibujan su cruz del sur / como pescados devueltos al agua vienen a buscar el vientre / el abrazo de sus madres metálicas.

En el agua de la ría hay barro y sedimento que las dragas no dejan descansar en paz / y flotan las ofrendas a San Silverio, / los cabos demasiado verdes de los crisantemos escorados, / pétalos sobre los remolinos de las barcas.

Son flores para los muertos que se tragó el mar y encargos para San Silverio, / porque si no es él, qué santo intercederá para que sus almas decanten en alguna poza profunda / adonde no llegue quilla a perturbarlas.

Los pescadores dejan las ofrendas, encienden los motores, / la procesión enfila de regreso al puerto, / frente a los ojos de yeso de San Silverio pasan los castillos desguazados; / las playas ferroviarias vacías de maniobras; / los elevadores sin estibadores; / los transatlánticos que sólo atracan por un ratito / los marineros que nadie conoce, porque ya no bajan a puerto ni para ir de putas, / ni para cortarse el pelo; / el acero inoxidable que, puro engranaje y botones, trabaja noche y día sin que casi nadie trabaje adentro.

Esa sumatoria y otras cosas, / es el paisaje / la línea de costa.
San Silverio no hace nada, los mira, quieto.
Tomado del blog del Museo del Puerto de Ingeniero White

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